viernes, 20 de agosto de 2010

la persistencia de la amnesia


La niña histriónica y descarada se despliega a sus anchas en una esgrima de papel; inventa, asocia, desasocia y brilla como esas estrellitas de pirotecnia, iluminando chiquita alrededor. Poquita.
Todas las que soy simultáneamente -sultáneamente? me pregunta la chistosa- presencian atentas, amorosas, cómo ella se expande y chisporrotea entre risas. En medio del certámen de humor nocturno se cuelan segundos ásperos, silencios, y la nena mirá hacia atrás, a sus compinches cuidándole las espaldas. Sí, están ahí. Una hace el amague de tomar el mando -la que se encarga de las emociones, o la que mantiene la guardia alerta... alguna de ellas- pero la marea sigue su curso. El silencio pasó, el filo del chiste duró segundos -eternos para la comediante- y las otras vuelven a su contemplación pasiva. La payasa no es la dueña del circo -comentan un poco dolidas por haber sido soslayadas con tanto descaro- y se quedan ahí, impotentes.

Y era cuestión de tiempo descubrirlo, cuestión de escuchar esa vocecita de pepegrillo que me susurra secretos y claves, y que siempre decido ignorar. Lo que hiela la sangre es ese diálogo -o algo parecido- que exige como condición que yo sea únicamente un fragmento de lo que soy. Sabiendo la cantidad de niñas que viven en mí, si no es sacrificial es por lo menos estúpido prestarse a la masacre.

XYZ

tropiezos (julio '10)

Y nunca abandono el hábito de las preguntas ¿Cuánta enfermedad hay en ese embrollo recurrente de hablar sin decir nada?
Con la excusa de no ser poco civilizada me incrusto las mismas astillas envenenadas que ya conozco, esas que me ha llevado tanta noche arrancar de mí. Las clavo exacta y abierta sobre el embrión de cicatriz que ya no es.
¿Qué espero encontrar? Ya sé que mi coraza es de niebla. Ya sé que la línea que separa la sensibilidad de la imbecilidad es demasiado tenue como para que mis antenas la detecten.
¿Cuál es la necesidad de escuchar una y mil veces la misma cancioncita? Es un disco rayado, tropieza siempre en los mismos lugares, provocando ese toc-toc indeseable en el esternón. Hay un sinsentido en ese murmullo que alimento, un deseo oscuro y primitivo de autodestrucción. Habla pero no dice.
Un holograma escurridizo, un espectro de sí mismo que resolvió husmear entre mis letras por aburrimiento.
Decide – toc-toc – y yo absorta, perpleja, demasiado distraída tal vez - ¿quién es? – Asisto a la rutina casi en piloto automático, sigue sin costarme ser como soy. Detecto el malestar en pocas frases, una espuma fría que sube por mi columna y se instala entumeciéndome la nuca. El ingenio y el humor tonto son el fondo agridulce del cuasi-diálogo. ¿Por qué abrí la puerta? me pregunto cada vez. Porque no vivir encerrada tiene estos riesgos, me respondo de una bofetada.
Van desfilando en imágenes -ya en el silencio- todos los primores que denigro en esos pocos minutos. Auténticas gemas que salpico de mierda. Y mientras tanto el sol se muere/ y no parece importarnos
Rodeándome de oscuridad sólo puedo esperar magullones. Aún cuando todo parecía brillar tan suave, tan cómodo, sólo fue un espejismo. Era el puro goce de aprovecharme, fui eso que estaba ahí, tan fácil. Sólo ofrece y garantiza balazos.


XYZ