lunes, 28 de junio de 2010

tristeza não tem fim

Tristeza de madrugada.
La garganta áspera de tabacovenenoinmundo, atravesada por clavos agudos y al borde del alarido.
Es hora de escupir la mordaza, que tanto tragar las palabras filosas solamente asegura el hábito de un silencio que no me pertenece.
Asqueada de esa moral burguesa progre que antes había que ventilar con la cara puesta y dipuesta al sopapo, y que hoy medra libre y robusta por los cibercables que nos ahorcan.
Asqueada. Quizás siga costándome el odio.
No logro hacerlo propio, darle mis colores y mis sonidos; no logro embanderarme con él y construirme esa religión personal que es la venganza como plato frío. Qué asco cuando la estupidez de la sola idea de maquinar una venganza 'en frío' alcance para delinear toda una personalidad. Mis fuegos no me dejan ser hábil, mis pasiones me consumen sin clemencia, mis cenizas son dulces. Mientras arde la pasión no presaboreo las cenizas, mientras el fuego quema crece lamiéndolo todo, sube, me envuelve y baila en un solo tiempo. No hay nada más allí. No me inmolo, estoy viva nada más.
Qué conveniente para estos progres que no crea en blancos y negros. Qué oportunas convicciones para sus corazones de flan o de piedra pómez, que con muy poco esfuerzo y casi ninguna atención logran  autoinvocarse gris. Y bueno, después andá vos a hacerte cargo si los ves más oscuros o más claros de lo que ellos quieren que los veas. Es tu mirada, es tu distorsión. ¡¿Es que no podés dejarte de joder y unirte de una maldita vez al juego?!
Y no. No quiero.
Ya escupí la mordaza. Sí, es mi mirada la antesala de esa náusea que más tarde será decepción.
¿Cuánto de mí se fue con esa corriente que arrasaba como un río volcánico? La mordaza se fue.
El grito será un drenaje apenas de la pasión que nunca se termina.

XYZ

viernes, 4 de junio de 2010

inter exter nos

Existe ese límite natural que es la piel, el que nos vuelve indivisos como frontera sutil que crea un vacío entre gentes. Otros cuerpos, otras pieles, otras personas. Como un puente, delimita y enlaza. No hay dudas acerca de los límites del cuerpo propio, cualquier intrusión que traspase la piel significa violencia. Son diversas las perforaciones que aceptamos –aún de mala gana-, tipificadas como saludables o estéticas, pero no son muchas. Cada invasión consensuada encierra justificaciones, cuidados, delicadezas y adrenalina.
Existe ese límite natural que es yo, el que nos vuelve indivisos como frontera sutil que crea un vacío entre gentes. Otros interiores, otras historias, otras personas. Como un puente, delimita y enlaza.
Nada más habitual que dudar acerca de los límites del alma, cualquier intrusión puede significar violencia. Las irrupciones consensuadas son infinitas y mutantes; y aunque encierran justificaciones, cuidados y delicadezas, la adrenalina corroe a latigazos desquiciados las fosas internas. El yo descarnado se desangra impotente, se disgrega, ciego a la propia invitación a la masacre llora arrinconado sus ruinas. Cuando no hay trincheras ni trucos, ese límite es tan ligero y transparente como la piel de una gota.

XYZ