viernes, 4 de junio de 2010

inter exter nos

Existe ese límite natural que es la piel, el que nos vuelve indivisos como frontera sutil que crea un vacío entre gentes. Otros cuerpos, otras pieles, otras personas. Como un puente, delimita y enlaza. No hay dudas acerca de los límites del cuerpo propio, cualquier intrusión que traspase la piel significa violencia. Son diversas las perforaciones que aceptamos –aún de mala gana-, tipificadas como saludables o estéticas, pero no son muchas. Cada invasión consensuada encierra justificaciones, cuidados, delicadezas y adrenalina.
Existe ese límite natural que es yo, el que nos vuelve indivisos como frontera sutil que crea un vacío entre gentes. Otros interiores, otras historias, otras personas. Como un puente, delimita y enlaza.
Nada más habitual que dudar acerca de los límites del alma, cualquier intrusión puede significar violencia. Las irrupciones consensuadas son infinitas y mutantes; y aunque encierran justificaciones, cuidados y delicadezas, la adrenalina corroe a latigazos desquiciados las fosas internas. El yo descarnado se desangra impotente, se disgrega, ciego a la propia invitación a la masacre llora arrinconado sus ruinas. Cuando no hay trincheras ni trucos, ese límite es tan ligero y transparente como la piel de una gota.

XYZ

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