"escribir es una maldición, pero una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa (...) salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba." Clarice Lispector.
jueves, 20 de enero de 2011
elogio del destiempo
El tiempo de los relojes, el del almanaque, el de la jornada laboral, el de los aniversarios, onomásticos y efemérides, el del cuarto de hora, el del demasiado tarde: el tiempo de los imbéciles, como solíamos llamarlo en alguna madrugada de preexamen y mate.
Es curioso que el tiempo artificial (y, hay que decirlo, de genética capitalista) penetre nuestra duración interna, nuestra percepción directa de la duración. Es curioso que defina qué y cuánto, qué tan importante, qué tan urgentes resultan determinadas cosas. Un cambio técnico y previsto en el calendario parece obligarnos a cambiar, revisar, preguntarnos, respondernos, proponernos, desistir, insistir, resistir. Aquellos que necesitan un orden externo, invariable, y aparentemente neutro que organice sus acciones, disfrutan y celebran estos cíclos numéricos. Y los padecen, cuando el demasiado tarde aniquila un sueño, cuando el cuarto de hora dice nunca.
El tiempo propio, la eternidad en los diez minutos en la sala de espera de un consultorio médico, la fugacidad extrema en diez minutos de caricias, no sólo existe, domina poderoso lo que somos. Nos hace. Sólo para expresarlo recurrimos al reloj. Ya lo dicen Las Pastillas “no sé si el tiempo es propio de nuestra conciencia; Duda, pero esa es la temporalidad que somos, la que nos define historia e identidad.
La primavera no llegó el 21 de septiembre.
No cambió nada entre el día anterior y el posterior a mi cumpleaños.
Esta noche, cuando los relojes marquen las 0.00 hs del primer día de otro año y en nuestro calendario el número sea 2011 ¿qué más cambiará?
Todo puede cambiar. La profesión que te decepciona, el amor que brota o se marchita, la vocación que finalmente reconociste y asumiste, la mirada con la que veías a esa persona. Tus adicciones, tu color de pelo. Todo puede cambiar.
Pero nada, absolutamente nada de todo eso que puede cambiar, tiene algo que ver con un reloj o un almanaque.
Así que, aprovecho este momento de atención generalizada, aprovecho que todos nos saludamos con buenos saludos y nos deseamos buenos deseos, para dejar ver esta hilacha de mí y desearles una buena vida, esa que todos nos merecemos, por la que luchamos o resistimos, la que marca el pulso de nuestra historia cuando el sol alumbra y también cuando se espesa la tiniebla.
XYZ
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