viernes, 7 de mayo de 2010

raudaz

¿Y si no me importa demostrar qué persona soy? Es que no existe una manera de hacerlo, aunque me importara. El desafío es ser a pesar de tanta imagen ajena superponiéndose al retrato propio.

Había una vez un sinfin de niñas.
Una aterrorizada escondiéndose detrás de las macetas de un patio con parra, esperando que se vayan las visitas.
Había otra, que comandaba un ejército barrial, que a la hora de la siesta recopilaba información acerca del otro bando -el de los adultos- en misiones de ultraespionaje.
Otra recolectaba cadáveres de animales para darles sepultura, hasta que descubrió que el bautismo postmortem era tan inútil como el amontonamiento de tumbas NN.
Otra niña caminaba rutinariamente rodeada de árboles hasta la casa de su abuelo, hasta que empezó a matar la rutina de cada trayecto convirtiéndose en la protagonista de diversas aventuras, entre ellas una Caperucita que desafiaba al lobo a salir de su escondite.
Una de esas niñas soñaba con vivir en una casa que tuviera escaleras, para poder sentarse a dibujar en los peldaños.
Finalmente, la que más recuerdo, llenaba cuadernos de palabras, dibujos, figuras recortadas, papeles brillantes de alfajor, esqueletos de hojas secas, papelitos deslizados en algún recreo, puteadas.

Para quien renuncia a las palabras, este recuento incompleto no tiene ningún significado.


XYZ

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